martes, 26 de mayo de 2020

La virtud del hombre no es el aprendizaje.

Abrirse es sentir, sentir es confiar, y para que te duela algo que alguien querido te hizo, tenés que abrirte. Un resultado inefable, tanto como inevitable.
Luego es momento de practicar el perdón. No es difícil darlo, es cuestión de mencionar dos o tres palabras cuando el momento es el indicado; pero cuándo y a quién son dirigidas esas palabras es un asunto aparte, mucho más complejo y comprometido.
Una vez que el daño ya está hecho, muchas facultades de las relaciones entre las personas se suspenden; y cuando estas se intentan renovar, se desconoce a alguien que venía siendo especial, estimado, predecible sólo en lo bueno, y es que cierta rutina de la verdadera virtud, desinteresada, libre, compañera y bondadosa sólo puede traer las sorpresas más desagradables sólo cuando esa relación despierta sentimientos y conceptos elevados, trabajados, ponderados y otrora anhelados. Entonces no se trata de buscar lo viejo bueno en una nueva persona, sino más difícil pareciera, encontrar eso en la misma persona que creemos se portó mal con nosotros.
El perdón requiere ser herido. Requiere, exige que aquellos que dicen querernos, que hacen querernos, hagan exactamente lo contrario, con mayor o menor conciencia de sus actos. Y una vez que todo ha sido dicho y hecho, la decisión. Cortar o seguir. Ambas resoluciones tienen el famoso aprendizaje. Concepto de connotaciones positivas, como de crecimiento o un estado mayor de control de herramientas sobre determinadas situaciones o conductas. Sin embargo, cuando se dice que esta no conlleva virtud, nos remitimos a las pruebas que se enumeraron arriba, y se desglosan las siguientes aristas sobre el mismo:
- Los corazones se tajean, los cristales se trizan en el trayecto al aprendizaje. No hay virtud en ser destrozado y levantar los pedazos y seguir adelante. No hay belleza ni estética en reconstruir algo roto y notar las piezas faltantes o resquebrajadas.
- Para aquellos infractores, no hay virtud en llevar determinada marca de un error, de algo de lo que se creían incapaces o estaban temerosos solamente de hacer, hasta que lo hicieron. El perdón es agua en el desierto. Eso o la mentira como estandarte en la vida: Escudarse detrás del aprendizaje con el cinismo que caracteriza la no-crítica del dolor causado. El regocijo de no temer el fin de ciclos tal cual onanismo perverso de considerar los errores meras casualidades, deslindar responsabilidades del alma, o encontrarse simplemente con la parte que desea destruir y jugar, y jamás perder. Sólo ganar, y las almas son los peones: "No tengas miedo de romper lazos, deja ir, sé valiente, NO MIRES ATRÁS", dicen. En mis fantasías me pregunto cómo lidian con sus tarjetas de presentación machadas. Sin embargo, siempre vendrá esa persona que "las quieran como son", o que cegadas por la repetición den de vuelta inicio al ciclo de un aprendizaje (en los términos negativos que estamos describiendo) -no aprendido (ni siquiera).
- El aprendizaje debería ser sólo para mejorar, no para agonizar, y rasguñar las piedras y romperse las uñas escalando para salir del pozo. Sin error, no hay aprendizaje a veces. ¿Vale la pena llamarlo así todavía?
- Entonces vamos por la vida "aprendiendo", hiriendo, equivocándonos, por pura estupidez defraudar los valores más puros y virtuosos que el hombre creó con su ingenio y su designio divino de amar, experimentar el goce de los sentimientos, creer, tener fe que finalmente sus creencias y deseos pueden volverse realidad, sólo para luego ser derrumbados por su par, su espejo. ¿Es al final como nos dicen, que no existe entonces un mundo sin dolor, sin equivocaciones? Aparentemente, no.

Abrirse es equivocarse o que se equivoquen con uno. Algunos días son menos grises que otros. Éste es uno en que no encontré una razón para ver esta situación con ningún optimismo. A veces la vida parece menos simple que de costumbre. Muchos valores entran en crisis, el piso tiembla, Pero mejor caminar que arrastrarse.